6 ene 2012

Comienzos VIII

Uriel había conducido mis pasos desde entonces. Cuando llegué a su campamento encontré a más acompañantes, entre ellos un elfo, una humana y otro humano aparte de Uriel.
El elfo era conocido como Zorro, al parecer no recordaba su pasado ni su nombre, por lo que alguien decidió llamarlo así debido a su capacidad de burlar a todo cuanto lo acechaba. Tenía rasgos muy felinos, ojos ambar y cabello castaño claro, largo. Quizá era un poco más mayor que yo, pero ni siquiera él lo sabía.
La mujer se llamaba Julia, era la más jovén del grupo con veinte años de edad. Bueno, si yo hubiera sido humana entonces habría sido yo la más joven, con dieciséis años (ochenta años élficos). Era una muchacha rubia que se recogía el pelo. Sus ojos eran verdes y siempre mostró recelo ante mi presencia.
El otro humano, Max, era albino. Era la primera vez que veía a uno, y me sorprendió que hasta sus ojos eran blancos como la leche. Pero era un hombre muy tierno que incluso llegó a caerme bien. Tenía la misma edad que Uriel, treinta años.

Durante un tiempo viajé con ellos. Buscaban lo que yo, aventuras y emociones, sin embargo no tenían mucha experiencia con armas. Zorro se valía de su destreza, Julia podía persuadir a su oponente con tretas y engaños. Max aún estaba aprendiendo a manejar el arco, pero ya era bastante bueno. Y solo Uriel y yo manejábamos espada. Él llevaba entrenando desde que tenía diez años, y a pesar de llevar menos tiempo que yo, estábamos muy igualados. Era cierto aquello que decían, pensaba: los humanos a pesar de vivir menos, se esfuerzan más en conseguir sus metas. Quizá ese es nuestro problema, que el tiempo no es nuestro enemigo y por lo tanto, no lo invertimos completamente.

Éramos una buena compañía, nunca buscámos el mal a nadie, solo defender la justicia y luchar por ella. En algunas ocasiones nos enfrentamos a bandidos que nos asaltaban a nosotros o a comerciantes del camino. No me manejaba con demasiada gracia, pero gané habilidad y destreza. Ah, y cicatrices, pero ninguna profunda. Todos luchábamos por sobrevivir, aunque también sabíamos que en el grupo había algo más que compañeros de viaje.
Nunca admití que cogí cariño a todos, incluída Julia. Me hacía reír en el fondo con sus intentos de meterse conmigo.

Sin embargo, el paso del tiempo, aunque solo hubiera pasado un mes, pesaba, y me preguntaba día y noche por mi padre y mis hermanos. Los echaba tanto de menos que tuve la tentación de abandonar en numerosas ocasiones. Un día, estando ausente en mis pensamientos mientras miraba el fuego, Max interrumpió mis cavilaciones.

- Últimamente estás ausente.-Comenzó.

-No... bueno, aunque no lo parezca en ocasiones me pongo a reflexionar sobre mis actos.

-Serás impulsiva, pero todo el mundo tiene que pensar de vez en cuando.

-Supongo.

-¿Piensas en volver a casa?-Preguntó para mi sorpresa.

-¿Cómo...?

-Todos tenemos familia, incluido el bruto de Uriel.-El aludido emitió un gruñido.- Y seguro que todos hemos pensado en volver.

-Ni hablar.-Interrumpió Zorro.- No incluyas a todos en el mismo saco, yo no tengo ningún lugar al que regresar.

-Una cosa es que no tengas un lugar.-Continuó Julia.-Y otra muy diferente es que no lo recuerdes.

-¿No os gustaría regresar?-Pregunté casi involuntariamente.

-Sí.-Simplificó Max.

-Pues lárgate.-Zorro había dado la espalda a la hoguera la cual rodeábamos.

-¿No te gustaría averiguar algo de tu pasado?

-Diablos, sí. No sé que demonios habré hecho, pero no quiero pensar que era un maldito asesino o violador.

-Me gustaría que lo averiguases algún día. Si quieres podemos descubrirlo juntos, puedo ayudarte.-Ofreció Max.

-No te pongas sentimental.

-Bueno, te he cogido algo de cariño en todos estos años. Realmente eres como un hermano para mí.- Sonrió de forma sincera, como siempre hacía.

Aunque Zorro nunca lo admitiría, aquel sentimiento era mutuo. Todos sabíamos el deseo de Max de volver a casa, y el gran pesar de dejar la compañía. Era una encrucijada para él, hasta aquel día decisivo para todos...


Pasaron dos semanas desde aquella conversación. Julia y Uriel habían cogido algo más de... confianza. Comenzaron a dormir juntos y los demás hacíamos bromas al respecto. Algunas no las comprendía, pues fue mucho más adelante cuando conocí el significado de "dormir juntos" y la broma que ello conlleva.
Aquel día de nuevo nos enfrentamos a cuatro hombres bastante grandes, que habían asaltado un pequeño carruaje de comerciantes y estaban forzando a algunas mujeres. O intentándolo, porque al llegar nosotros comenzó la carnicería.
Por mi parte iba bien. Al ser tan grande era más fácil escurrirse, y ese día de suerte conseguí acabar con mi enemigo. Cuando acabé, escuché un grito provenir del bosque. Max siempre se ponía en un lugar lejano para sorprender al enemigo con sus flechas, sin embargo no era muy poderoso.
Ese miserable acabó con su vida como quien rompe una rama insignificante. Llenos de ira, acabamos con todos y después todo fue silencio y llanto.

Max había muerto, y en mi cabeza aún no cabía esa idea. Uriel consolaba a Julia en un abrazo, yo permanecí en pie casi sin conciencia de donde estaba y Zorro... él se derrumbó en el suelo y lo golpeó con todas sus fuerzas.

El día pasó de forma lenta. Habíamos acampado sin mencionar palabra alguna, hasta la hora de las decisiones por parte de todos.

Nos sentamos, y como si todo estuviera planeado, comenzamos nuestra conversación.

-Tenemos algo de lo que informaros.-Comenzó Uriel.-Julia y yo... bueno... hemos decidido que no queremos perder a nadie más. Y que necesitamos asentarnos en algún lugar, donde poder vivir juntos y criar a nuestro hijos.

La idea me chocó. Ellos se iban a formar su propia familia y no podía creer que entonces nos quedáramos solos Zorro y yo. Sin embargo, el mismo interrumpió:

-Yo también quería decir que... puesto que es lo que Max hubiera querido... voy a buscar las piezas de mi pasado hasta juntarlas y descubrir la verdad. Aunque sea dolorosa.-Parecía que estaba a punto de echarse a llorar, pero prosiguió.- Él lo hubiera querido así.

Cuando me quedé desarmada ante aquella separación, solo pude añadir:

-Puedo ir contigo a buscarlo, si lo deseas.

-No. Eres joven y aún te queda mucho por vivir. Vuelve con tu familia, como yo haría si la recordara, como haría Max...

Y a la mañana siguiente, como si nunca hubiera pasado, cada uno tomó su camino, quedándome de nuevo sola y con el orgullo demasiado alto como para rendirme y volver a casa. De nuevo estaba sola, y mi cabezonería me impidió aprender la gran lección que todos habían intentado ofrecerme.

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