24 ago 2017

Después del asalto

La noche había sido fatídica a pesar de la mejora. Ya eran las 6 y Andreas ya llevaba una hora despierto. Había cambiado el sofá por un sillón junto a su cama, donde ella descansaba. Deliraba y hablaba en sueños, todavía agitada.

Creía haberle escuchado llamar a su hija, a Sonja, pero nada más. No había vivido el asalto, pero parecía llevarlo en el espíritu. Pasó más tiempo y Andreas creía poder dormir. Su mente casi había desconectado de la realidad, cuando sintió su tacto.

Abrió los ojos y encontró a Nicole sentada sobre la cama, incorporada por fin, y tocándole una mano. No pudo sonreír, solo acercarse a ella y tocarle la frente.

Nicole esperó paciente a su examen, contemplando la suave luz que empezaba a entrar por la ventana.

- Parece que estás mejor... - concluyó Andreas, más tranquilo. Ella asintió suavemente y se estiró hacia delante, en silencio.

- ¿Y Sonja? ¿Está bien?

- Está dormida... le dije que hoy podía faltar a clase.

Nicole frunció el ceño, extrañada. Miró al vacío y su mirada vagó hasta el calendario que tenía en su mesita de noche. Cuando descubrió el día, tuvo que tomarse unos segundos hasta ubicarse. Quizás para ella había pasado más tiempo del que había podido percibir.

Al final, regresó a su marido, con algo de duda en la mirada y también recuerdos.

- Le dije que cerrara la puerta... - susurró, cerrando los ojos después. De nuevo parecía cansada, gotada.

- ¿Cuando? - preguntó él, cogiendo su mano y acariciandola con tranquilidad.

- Antes de que vinieran. Le dije que cerrara la puerta. Vosotros estaríais bien. Pero la puerta...

Fue el turno de Andreas para fruncir el ceño y mirar a su mujer. No sabía si estaba fuera de contexto o si es que simplemente tenía demasiado sueño como para entender. Mientras, ella se había vuelto a tumbar para intentar descansar.

- Puede que no vuelvan... puede que estemos a salvo...

10 ago 2017

Escapando de la bruma

Se abrieron las puertas, aumentando el caos de aquel huracán que había nacido en el sótano de aquella casa. Hubo gritos, tanto de aquellos que habían sido sorprendidos como de los que habían llegado para detenerles.

Estos últimos llegaron con armas, y al ver el portal se lanzaron con todo y contra todo con tal de detener a la última viajera. Nunca más escucharía las tres campanadas que marcaban el regreso a casa, y aquello no podía ser permitido.

Corrió la sangre de los esclavos con una violencia que hacía tiempo no era vista en aquella tierra imposible, y hasta el corazón del Dios, que todo lo observaba, tembló.

El portal se cerraba al instante que ella desaparecía, y en toda aquella agitación el círculo de la invocación había sido alterado. Era imposible seguirles. Así lo comunicó el soldado que informaba a la sacerdotisa, de la que se decía que había dejado de caminar entre los vivos.

Le escuchó con sorprendente tranquilidad, y aquel soldado podía decir que incluso sonreía. Podía estar satisfecha con todos aquellos a los que había apresado, y que serían castigados con vehemencia. Incluso cuando toda la información necesaria hubiera sido obtenida. Simplemente para asegurarse de que no olvidaran la lección.

Pero parecía otra cosa. Un conocimiento que el guardia no poseía y que prefería dejar de ese modo. Aún así, rompió su deseo, y habló.

- Sabré dónde encontrarles, no hay nada que temer. Hay un mensaje que debe ser escuchado. - decía, y comenzó a inclinarse hacia él, desde ese asiento que ocupaba, hasta quedar demasiado cerca del rostro del guardia. - Se avecina la guerra, una vez más.