27 abr 2018

En la última noche

La noche parecía ser demasiado larga, ya nada se escuchaba salvo sus respiraciones. Cuando me había decidido a calmarme y a intentar dormir, fue cuando Keerla abrió los ojos. Tardó unos segundos en descubrirme allí, a su lado, como siempre quería estar. Cuando lo hizo, solo sonreía.

- Hola... - susurró, sin más fuerzas por el agotamiento de aquel día tan extraño.

Sacudí la mano suavemente después de volver a acercarme a su lecho, también sonriendo.

- Vaya día, ¿eh?

- Un día de locura... te voy a esconder las piedras que encontremos en los caminos. - le advertí, haciendo que se riera sin muchas fuerzas.

- Que tonto eres...

Se hizo el silencio entre los dos, cada uno de nosotros perdiéndose en océanos de dudas, de pensamientos, de anhelos, de lugares en los que podrían estar... Ekaris casi se iba a sumergir en mayores profundidades cuando escuchó su voz.

- ¿Crees que fue él?

La pregunta era casi obligada, pues había estado en todos ellos al menos unos segundos. Si la habían descartado o no, era una lucha muy personal.

- Fue allí, ¿no? Donde nos encontramos. - repuso Ekaris, encogiéndose de hombros.

- Como si creyese que allí era donde todo pudiera decidirse. Cambiar el destino y cosas así. - sugirió ella, mirando hacia el techo.

- Solo espero que la próxima vez, si es que vuelve... venga a por mí. Le haré reflexionar sobre lo que ha hecho.

Su voz se había ido calmando, hasta convertirse casi en un pensamiento apenas verbalizado. Sin embargo, Keerla pudo escucharlo. Su reacción fue coger algunos mechones de su pelo y acariciarlos, como si así pudiera calmar la angustia que seguía en su corazón. Mientras lo hacía, también suspiró.

- Estaremos bien... mientras estemos juntos.

19 abr 2018

La primera vez que llegó le reconocí en apenas un vistazo. No había significado nada, ni tampoco había vivido algo importante con él. Sin embargo, verlo en mi ciudad, buscándome, me impactó al momento.

Llegó a la ciudad haciendo saber que me buscaba. Cuando al fin nos reunimos realizó aquella petición. Quería que fuera su Maestra. Desde luego, lo rechacé al momento. Recientemente Iefel y Sol acababan de marcharse, no me sentía con las fuerzas necesarias para ello. Y, para colmo, Zekkyou estaba en el final de sus días.

Afortunadamente, a pesar de sus insistencias, acabó por marcharse.

Años después, regresó sin esperarme que traería nuevos compañeros de viaje. Me contaron que coincidieron en el camino con la misma ambición, y que no pensaban renunciar a ella. Pero yo no quería discípulos, yo no estaba hecha para ser Maestra. Debo admitir que me sentía poderosa por decir que no, sin embargo algo en la mirada de esas cuatro personas me hizo dudar. Dos hermanas, jóvenes, prometedoras. Un muchacho que todavía tenía un poder en bruto dentro de sí, y Ekaris a quien ya conocía y a quien recordaba por no saber cuándo rendirse. 

Se me ocurrió algo descabellado. Les ofrecí una prueba, algo que deberían superar para ser dignos de mí. Supongo que en ese momento me dí cuenta de mi arrogancia, y pensé que Sol estaría orgulloso. Otros quizá no. También les insistí en que solo tendrían una oportunidad. De no superar la prueba, desharían camino y no volverían nunca más a mí.

No me esperaba que aceptasen, sin embargo marcharon. Aún no estaban preparados, ellos lo sabían, y ese hecho me sorprendió gratamente. 

En el tiempo que estuvieron fuera estuve pensando en qué podría consistir la prueba. De tener a Iefel, a Sol, a Zekkyou o incluso a Nemus, quizá podría haber sabido más fácilmente qué hacer. Pero estaba sola, y cuando estoy sola, se me ocurren locuras. De hecho, llegó un punto en el que pensé que quizá ya no volverían. Desde que les ofrecí la prueba hasta que regresaron pasaron casi dos años. No me había olvidado de ellos, y para mi desgracia o quizá fortuna, tres de ellos superaron esa prueba que yo creía imposible para cualquiera. 

Pero ellos no eran cualquiera. Ekaris, Isha y Malva lo lograron. Temía no cumplir con sus expectativas, pero me esforzaría al máximo. Eso me prometí.

Lukar... por desgracia no superó la prueba. Aún recuerdo aquella mirada cargada de frustración y un leve destello de ira. Le habría dado otra oportunidad, sabía que dentro de él emanaba un gran poder. Sin embargo, no podía retractarme de mis palabras. Acababa de empezar, el primer paso en falso ya supondría hacerme indigna de ser llamada Maestra.

Con el tiempo se corrió la voz. Por suerte ya sabía qué hacer. Muchos no lograban superar mi prueba, otros pocos sí. Al final, reuní un pequeño grupo de personas capaces, ambiciosas y prometedoras a mi alrededor que poco a poco se hacían más fuerte.

Y a mí, me hacían sentir más orgullosa.