8 may 2011

Palabras de fuego [IV]

Desperté a las puertas de mi hogar. Todavía no había amanecido, y fue una suerte. La reprimenda por haber pasado la noche fuera de casa habría sido monumental, y eso no entraba en mis planes. Fingí haber dormido toda la noche en mi lecho, y me deshice de todas mis obligaciones en el menor tiempo posible.

Pude entonces buscar a ese hombre misterioso. Lo ocurrido por la noche era como un sueño muy difuso. Apenas recordaba nada, salvo el "márchate". Aquello había sido en mi mente como una palabra de los mismos dioses. Mi cuerpo no había respondido a mis impulsos.

Lo encontré tomando un frugal desayuno mientras leía. No parecía tener mucho dinero para más, en aquellos instantes. Y por el honor que le hacía a la comida, tampoco querría gastarse mucho. No apartaba la mirada de su libro, hasta que me di cuenta de que me miraba. No se había movido un palmo, tan solo sus ojos

Cerró el libro sobre la mesa y me indicó que me acercara. Yo le había estado observando desde la puerta, sin que nadie me llamara o delatara mi presencia. Aquel hombre era realmente extraño, y también su libro.

Curioso, no le quitaba ojo mientras me sentaba frente a él. Me miró durante segundos que se hicieron eternos, pero yo seguía mirando su libro. Podía sentir su mirada sobre mí

- ¿Tanto te interesa el libro como para olvidar lo que pasó anoche? - me preguntó con una voz cargada de sorna. Ante la ausencia de mi respuesta, preguntó - ¿Sabes leer?

Respondí casi sin querer, negando con la cabeza. Después, la agaché avergonzado. Aquello era un lastre que llevaba sobre mis hombros desde hacia mucho tiempo. Y hasta el momento, no había manera de ponerle solución.
Solo me quedaba resignarme ante mi ignorancia

- Espero que sepas ponerle remedio a eso, muchachito - me dijo en el tono más amable que podía dar de sí - Si aprendes, podrás hacer grandes cosas

Mi frustración creció con aquellas palabras. Me sentía inútil e incapaz de hacer nada. Tenía dos manos para trabajar, pero no era para nada lo que yo esperaba. Me alborotó el pelo antes de marcharse hacia algún lugar al que no podía seguirle. Me dediqué a imaginar como sería yo siendo como aquel hombre. ¡No podría parar de escribir, cualquier pensamiento! En cambio, tenía que perderlos por el paso del tiempo

Aún pensaba en ello cuando dormía, o hacía el intento. Pero la solución a mis ruegos llegaría pocas horas después, con el imparable fuego

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