10 mar 2015

Desde que entráramos en la habitación, apenas hizo gesto de reconocernos. De darse cuenta de que estábamos allí. Solo intentaba ver su paz no perturbada por nuestra presencia, alejándose de nosotros y mirando tranquilamente por la ventana enrejada.
Dudamos unos segundos, sin saber cómo proceder. ¿Cómo tomas y te llevas a una persona en apariencia tan frágil? Temía que entrara en cólera al vernos allí, al intentar arrastrarle hacia ese exterior que no pisaba desde hacía demasiado tiempo. Pero ya era hora.

Personas estaban muriendo por buscarle, porque no se atrevían a asegurar de si estaba vivo o muerto. Porque querían tener el placer de acabar con él si es que seguía con vida. Y pronto crecerían más, envalentonados por todos los ataques que estallaban como quemaduras de vela a lo largo del mapa de Argonath. Ni siquiera entre mis muros estaría seguro.

Mis hombres lo cogieron con poca delicadeza desde un inicio, temiendo que se rebelase de forma violenta. Pero solo supo quejarse y agachar la cabeza, quizás recordando sus otros traslados.

Ahora, sentado en aquel carruaje protegido, esperaba a que los guardias que le escoltarían hasta que llegaran a un nuevo lugar, a seguro de los que estaban sedientos de su sangre, se acercó hacia la luz. Desde allí podía mirarme.

- ¿Dónde?
- Allá donde los tuyos pueden protegerte. - dije tras unos segundos de duda, forzándome a mirarle.
- No... me han olvidado...
- Ni los Dioses tampoco. Caminarán contigo.

Probablemente no hubiera escuchado la última frase, se había sentado y hundido en sus pensamientos con un nuevo brillo en su mirada. No sabía decir qué era, todavía no podía decirse. Solo esperaba que llegara a ser esperanza.

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