3 mar 2015

Cuando desperté en aquel sitio solo pude mirar hacia donde supuse que estaría el cielo, para solo adivinar rejas en lo que era un profundo pozo. Solo y encadenado al final del mismo. Me sorprendí cuando percibí que estaba de pie, al fallarme las piernas. Todo mi cuerpo me dolía, agarrotado y terriblemente frío.

La boca seca, la garganta rota. Como si hubiera estado gritando durante horas sin parar. Caí de rodillas de una forma estrepitosa, y el ruido de cadenas hizo que algo se alertara en el exterior. Sin apenas tardar, la puerta que había frente a mí se abrió con rudeza, y parecía comprobar el estado en el que me encontraba. Se aseguró de que estaba bien unido al suelo a través de mis ataduras, y recibí por respuesta a mi intento de acabar con él una certera patada en el vientre.

Cuando la tos y el dolor cesaron, ya estaba de nuevo en soledad.
Observaba lo poco que tenía a la vista, y al poco me cansé del mismo paisaje. Y con el paso de las horas me agotaba todavía más el hecho de no ver llegar la noche. La luz no variaba. Siempre la misma aquella penumbra, nunca la oscuridad total que me permitiría descansar.
De tanto en tanto alguien llegaba a comprobar mi estado, pero era un mero espectador. Hasta que rompió el silencio con su voz, haciendo una oscura novedad en mi presidio.

Abrió la puerta, y me miró largamente.

- Quería darte la bienvenida, prisionero... además de hacerte saber que pronto recibirás algunas otras comodidades. Y tendrás que creerme cuando te digo que este es el mejor destino al que has podido llegar en este lugar. Aunque consigas escapar, serás prisionero de este mundo, y pasto de las fieras si te aventuras en el bosque. Si tienes una meta clara, reconsidérala. Disfruta de tu estancia.

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