25 mar 2012

Cuando llegue la noche

Ese día empezó mejor que todas en trece aburridos meses. Desperté y casi al instante llamaron a mi puerta.

-Lluna.-Escuché la voz de mi madre a través de la puerta.

Aquella persona que iba a entrar era ella, pero en realidad cuando abrí los ojos me di cuenta de aquel rostro que estaba mirándome de nuevo, sonriente. Era Zac, de nuevo a mi lado, sano y salvo. Ya no corría ningún peligro.

Casi como si estuviera sobre una nube me vestí corriendo esquivando todos los trastos de mi habitación.
Me reuní con él y con mi familia. Mi hermano, con tantas prisas como de costumbre, mi hermana borde como ella misma, mi padre serio pero con una palabra amable siempre en los labios, y mi madre, melancólica porque al día siguiente su niña iba a casarse.

El día pasó deprisa, como si el mundo quisiera que no saboreara el momento de su regreso. Lo vi dormido, como otras muchas veces. Solo que esa vez yo no estaba en su misma cama.
No quería rebuscar, pero cuando durmió algo en su maleta brilló. Nada importante en realidad, pero que me hizo pensar en que había sido un año muy largo y él podría haber conocido a otra mujer. Las cartas de ella, de nombre extraño, tal vez élfico. Y ese libro... runas arcanas inconfundibles. ¿De dónde lo habría sacado?

Yo practico la magia a escondidas desde hace bastante, y sé las consecuencias que eso conlleva. Y él... no debe saberlo nunca.

Al atardecer, cuando volví de arreglar los últimos preparativos de la boda, mi vestido perfecto, mis adornos perfectos, la decoración perfecta, Zac ya no estaba.
A la noche contacté con él con le mejor invento que he conocido nunca. El telégrafo. Aunque en realidad me gustan más mis propios inventos.

Me explicó que las cartas eran de una amiga y ese libro era un regalo y no sabía de que era. Me tranquilizó un poco, pero no pensé en las consecuencias de ello.


Al día siguiente desperté casi sin saber lo que estaba pasando. Es más... cuando quise darme cuenta ya estaba caminando hacia el altar, agarrada del brazo de mi padre.
La voz del vicario, cómica entre otras, resonaba por todo el lugar. Llegó la hora del "sí, quiero", y sus ojos, más sinceros que nunca, contemplaban los míos cuando él aceptó estar conmigo el resto de su vida.

Entonces... el momento de los anillos. Una sorpresa de Zac, pues aquellas alianzas eran hermosas, imitaban la forma de dos dragones que iban a coger la misma piedra de un tono azul porcelana. Realmente maravillosas, como la tradición requiere, coloqué el suyo en su dedo anular.

Y... cuando quise darme cuenta, Zac estaba agonizando, mirándome como si fuera la última vez, mientras yo gritaba desesperada. Sus ojos comenzaron a llorar sangre, y a pesar de quitarle la alianza, mi propia mano provocó su irremediable muerte.
Los ojos de mi hermano revelaron la realidad de la situación y, al saber que mi amor, mi vida había muerto, todo se volvió oscuro.
Y cuando digo todo... no hablo en vano.


---

Despertaste, ¿recuerdas?
Alguien te estuvo dando algunas palabras de apoyo, o al menos te miraban con pésame.
El funeral pasó tan deprisa como el transcurso de tus pensamientos, tus decisiones. Al principio pensaste: "es una locura, sé que no podré hacerlo", pero después añadiste que no era tan descabellado. Poco a poco te fue pareciendo hasta normal, lo que cualquier persona haría por amor. Y es cierto, tenías que hacerlo, por él, por ti.

La noche cayó pronto, tu familia estaba durmiendo y tu no podías cerrar los ojos. Cogiste tus cosas, los dos libros de magia, las cartas de Zac y las tuyas. Y por supuesto lo necesario.
Diste vida gracias al Goblin a tu propio siervo, creado por ti. Él te ayudaría. Y sin pensarlo acabaste en el cementerio, cavando junto a él, abriendo el ataúd de un cuerpo fresco, recién fallecido. Pero no por mucho tiempo.

Lo ocultaste y partiste en ferrocarril. Te recorrían escalofríos al ver lo que estabas haciendo, sin embargo no paraste. Sabías que estaba mal, pero tu intención no es mala. Vas a conseguir de un modo u otro devolverle la vida que tan vilmente le han arrebatado al amor de tu vida. Y además te carcome el hecho de que tú misma hayas sido la mano que selló su destino.

Pero no, el destino no existe y se puede luchar contra la propia muerte, y ahora, que has encontrado el modo de conservar el cuerpo para siempre, en ese lugar ajeno del tiempo, nada te detendrá.

Nada... me detendrá.

1 comentario: