26 ene 2016

El vuelo en dragón nunca había sido tan feroz. Mientras el que era mi hijo surcaba los cielos en su verdadera forma, me costaba mantener mi posición sobre su cuerpo. Sentía que el viento amenazaban con cortar mi rostro, y la poca piel que tenía al descubierto en realidad.

En algún momento tuve que abrazarme a su cuello, y el rugido que vibraba de forma constante en su garganta sin ser expulsado, se relajó después de unos segundos. Apenas habíamos cruzado una palabra desde que recibiéramos ese mensaje caído del cielo.

La letra de Iefel tardó unos momentos en calar en la mente de mi hijo, que empezaba a mostrar el pasmo en su rostro cuando lo alzó. Algo iba a mal, no hacía falta mucho para darse cuenta para aquello. Sólo se levantó y se apartó, para deshacerse de su ropa y empezar a dejar escapar el dragón que había en él. Entretanto, yo había leído lo que estaba ocurriendo en mi hogar.

Era la segunda vez que ese hombre se llevaba a mi hija en los últimos tiempos y la segunda vez que todo iba terriblemente mal. Si había una próxima vez, acabaría por matarla.

Yo sólo podía arrugar las palabras que había en mis manos y recoger lo poco que habíamos cargado con nosotros.

Tanta búsqueda para no conseguir nada más que peores noticias que la última vez. La calma que había conseguido en mi interior, sacudida por aquella inquietud, se destruyó. Sentía que había construido una frágil estructura, de cristal, que alguien había destruido en mil pedazos. Mi rostro debía de haber perdido toda la seriedad, toda la compostura, todo el arrojo del que me había armado durante el precipitado viaje.

Hobsyllwin había completado su transformación, y arrastraba la tierra bajo sus patas, nervioso, aguardándome para partir. Y cuando por fin estuve sobre su cuerpo, agitó las alas con violencia, lanzando un rugido que alertó a los habitantes de aquella aldea lejana en la que habíamos descansado por algunas horas. Sentíamos sus miradas cuando abandonamos la superficie de Dalanvor.

No se imaginaban la ira que se daba en nuestros corazones, y que estaba por agotar el tiempo de vida de un mago que había caminado demasiado tiempo sobre el mundo.

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