Adoraba el silencio, cada cual era diferente dependiendo del momento y lugar en el que estuvieras. Y realmente, aquel desentonaba con el que estaba acostumbrado: nocturno, natural, solo roto por las criaturas que habitaban a su alrededor y se acercaban a su cabaña.
Pero aquel también tenía su encanto. Frío, espectral, bañado por ruidos casuales de los guardias moviéndose de un lado para otro. Tuvo por seguro que debía aguardar a que las aguas se calmasen y que lo sacasen de allí.
Su condición pacífica por seguro ayudaría a que el señor de aquellas celdas le liberase. Al fin y al cabo, había protegido a su hija de una maldición incurable de haber llegado tarde y de las bestias que sin duda se habían inquietado ante esa posibilidad. La naturaleza y todos sus hijos se alteraban ante terribles cambios como aquellos. Más siendo en una persona tan joven.
Sin poder evitarlo, sus manos apretaron el cayado que siembre llevaba consigo. Al ser anciano, le habían permitido cargar con él. Había evitado que se manifestase. Esa noche. ¿Acaso estaba demasiado tardía la noche? ¿Se manifestaría más adelante? ¿Tendría algún otro efecto, aunque el cambio no fuese completo?
Sin duda la irresponsabilidad e inconsciencia de la muchacha era el principal motivo, pero se sentía muy responsable por lo que pudiese ocurrir después.
No quería ver como una vida quedaba destrozada por una negligencia, por ser débil o demasiado viejo ya. Aunque la había ayudado, no se merecía algo así.
Suspiró, intentando acallar sus dudas y temores. La espera sería larga.
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