1 mar 2017

Este viejo y gris mundo sigue siendo tan horrible como siempre. Desprovisto de pasiones, de vidas, de almas que merezcan la pena salvar. Puede que ahora se convierta en nuestra tumba, y eso me acongoja aunque nadie lo sepa. Quizás alguien comparta mi temor.

Caminamos hacia el horizonte que nunca cambia. Mi mente, siento que tiembla ante la falta de luz, ante la ausencia de un cielo que cambie en colores.

Tampoco puedo sacar de mi cabeza las preguntas... que surgirán cuando volvamos a casa. En esta pequeña hoguera que nos hace localizables más que darnos calor reflexiono, todas las situaciones posibles se recrean en mi mente. ¿Cómo explicarle a mi hija que la persona con la que decidió compartir su vida ya no está? ¿Cómo evitar que se sienta culpable? ¿Cómo decírselo a mis nietos? ¿Cómo hacer para que ella no se quite la vida?

Hemos pasado por tanto... Y a pesar de la calma que parecemos vivir en nuestra aldea, nuestro nuevo hogar, sé que ella ha atravesado grandes tormentas que le han dejado mella. Algunas de ellas que yo mismo desperté, lo que me llena de culpa.

Miro a esa estrella de piedra, sobre nosotros, y me pregunto si emitirá calor, el calor que espero encontrar en mi interior para superar todo esto.

Pero antes de todo eso, necesito encontrarla, y viva.

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