17 jul 2016

Las escaleras que llevaban al sótano, para tener la prudencia de que nadie viera crecer la curiosidad sobre aquella casa supuestamente abandonada, estaban pobremente iluminadas. Eso le hizo sentir inseguro por algunos momentos, pero el secreto placer que le daba estar en aquel lugar compensaba cualquier duda.

Continuó hasta terminar el tramo de escaleras, donde junto a una puerta, esperaban algunos guardias de seguridad. Estos se levantaron, reconociendo al instante a la figura que tenían ante ellos. Con el guía que le había mostrado el camino, cruzaron esa puerta.

El sonido apagado de esas voces consumidas, ahogadas. Almas devastadas que creían haber encontrado su lugar en la tierra de los mortales para gobernarla. Ahora, sometidas.

Sus alas se habían desplegado y forzado para su exhibición. Cada uno de ellos en una celda, atado, en estado de semi-inconsciencia, con un dolor que les sometía y les nublaba el sentido. Iluminados sus rostros por aquella luz muerta, los veía postrados, y no podía evitar sentir cierta lástima. Habían luchado en una guerra que creían poder ganar... ¿y no era la segunda vez que tropezaban sobre esa piedra?

- ¿Cuantos son? - preguntó en voz alta, hacia nadie en concreto, esperando a que alguien tomara la oportunidad.
- Apenas tres, señor.
- Muy pocos.
- Los suficientes... para ser utilizados.

El que inspeccionaba se acercó a uno de ellos, que parecía querer abrir los ojos y volver a la terrible realidad en la que se encontraba. No envidiaba su suerte. Por suerte, no podía verle ni tampoco escucharle.

- Tengan cuidado ahora. - les recomendó, viendo esa reacción. - Harán lo que sea por salir de este nuevo infierno. Y seremos su salvación.

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