20 oct 2018

Una unión fragmentada

Las palabras seguían fluyendo en la sala, junto con toda su fuerza, cuando el mal la invadió. La presencia del Caos fue percibida por aquellas personas sensibles a lo invisible y sobrenatural... y por las que llevaban demasiado tiempo cerca de ese tipo de oscuridad.

Incluso podía percibirse cómo el alma que había sido arrancada de su cuerpo, de Moira, abandonaba el lugar, quizás para siempre si nadie la anclaba a su mundo. Pero entonces el ser que se movía entre tejidos de Argonath ya estaba atento, sintiendo que una nueva oportunidad para la caza se estaba presentando.

Los guardias que vieron como la más allegada a la Emperatriz rompía con el protocolo para acercarse a ella no se alarmaron, era más bien esperado. Por eso no se movieron, no reaccionaron, no la detuvieron. Hasta que llegó aquella luz azul.

Su cuerpo comenzaba a envolverse en un aura que a pesar de su luminosidad auguraba frío, lejanía, terror. Esa luz se convertiría en un arma que podría acabar con la Emperatriz y el que sería su compañero de vida, solo que alguien parecía preparado para evitarlo.

La atención de esa nueva criatura que había tomado forma humana perdió su atención sobre la Emperatriz y sobre la Gran Atalaya, y se encaró con aquella maga que hacía tiempo había perdido la cordura y que decían era familia de Thross.

Cuando el Concilio comenzaba a materializar a sus agentes, la amenaza no estaba clara. ¿Cooperaban? ¿Se habían diferenciado hasta que volvieran al ataque? Cualquier posible amenaza debía ser eliminada, aunque fuera para proteger a toda aquella gente que había querido asistir y en esos momentos huía hacia todas las direcciones en las que creían poder encontrar una salida.

Toda la familia Thross se quedó congelada, observando como en soledad Catherin se encaraba con aquella criatura que dominaba los actos de a quien consideraba una amiga. Sol, sintiendo como el efecto de cada sustancia que había consumido antes del gran momento desaparecía por el miedo, se giró y fue a cumplir lo que creía que era su papel.

Aquella gente que se alzaba en gritos contra la Emperatriz y toda su sangre empezaban a ver su victoria demasiado cercana y eso era peligroso para todo aquel que estuviera presente.

Iefel en esos momentos terminaba de conjurar ciertas protecciones que garantizarían algo de seguridad a su familia, para después coger a su pequeña. Noruber tuvo que imitarle con las dos más jóvenes, y empezar a buscar una salida. Llamar a su compañera no serviría de nada, tenía algo que cumplir y estar en medio solo le complicaría las cosas.

La Gran Atalaya, sintiendo lo que ocurría y lo que todavía no se había dado, solo podía concentrar su energía en cerrar el paso a fuerzas mayores... pero incluso para ella era demasiado. Cuando sintió que desfallecía, más de los que estaban traicionando al Imperio y a todo lo que este suponía llegaron a su posición. Se aprovecharon de su indefensión para tomarla y hacer que todo aquel que opusiese resistencia se rindiese al momento, pero la Emperatriz no estaba dispuesta a que eso ocurriera. Había tenido la prudencia de armarse y pronto aquel insulso que creía poder dominar la situación sangraba hasta morir.

Era el momento de escapar, escapar si podían llevarse a Catherin en el camino... y huir de Moira, que en aquellos momentos ni siquiera parecía ella. Su cuerpo deformado por esas oscuras hastas que surgían desde su cráneo hasta la espalda habían hecho de ella algo monstruoso, y que no dudaba ante nada en arrancar más vidas.

A pesar de todo el caos que había surgido, los defensores de la Emperatriz creían tener todo bajo control, durante unos momentos... pero solo el Caos sabía que solo acumulaba energía para acabar con todo aquel plan que tanto se estaba postergando.

Fue entonces cuando se materializaron las raíces que dan vida al mundo, que lo mantiene cohesionado, evitando que todo se destruya. La ira y la emoción de la caza al Caos fue tal, que las Raíces no pudo evitar que su cuerpo tomara dimensiones descomunales... pero al momento supo que aquello paralizaría absolutamente todo lo que los mortales estuvieran haciendo. El miedo podía paralizarles, el miedo podía acabar con todo...

Los cristales rotos plagaban el suelo, como los cadáveres y todo aquel que había desfallecido en la batalla. Todo aquel que estaba vivo miraba con puro terror su forma cambiante y monstruosamente grande. No importaban, no importaban mientras se mantuviesen cuerdos, quietos, haciendo caso a su instinto de supervivencia. Ahora el Caos estaba en sus manos, como el alma de aquella muchacha que lo portaba consigo... su destino no le importaba demasiado, pero quizás mereciera la pena mantenerla con vida... y bajo control.

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