4 ene 2017

Mientras duraban las noches, he tenido mucho tiempo para pensar. Cuando el frío te paraliza hasta que apenas sientes los dedos, tu mente se aleja para soñar con mejores momentos. Echaba de menos despertarme en el calor de casa y saber que los pequeños dormían bajo mi techo. A lo mejor paseaban medio dormidos, quizás para cambiarse de cama o invadir la de alguno de sus hermanos.

Mientras, ella dormiría sin interrupciones hasta que estuviera bien alta la estrella. Su rostro descansado era algo con lo que sonreír cada mañana.

Ahora no están demasiado lejos, pero siento que me lo han arrancado todo de entre las manos. Los quiero a mi lado, puedo verlos frente a mí, pero ese dolor que tengo dentro es casi como una enredadera y espinos que me impiden llegar. Intentar atravesar ese muro ni siquiera me dejaría vivir. Podría intentarlo, pero me da tanto miedo que duela tanto como la primera vez, cuando me lo decía.

Había hecho acopio de valor, sí, pero no deja de sorprenderme la frialdad con la que podía decirlo. Después llegaron las lágrimas, pero mientras tanto… Supongo que la admiro por haber tenido el valor de decirlo, pero desearía que nunca lo hubiera hecho.

Ahora suena el mar. Las olas cobran fuerza al morir sobre la orilla, y vuelvo a aquella cabaña, a aquellos compañeros, a aquella masa de agua que parece infinita y que me aterroriza cuando pienso en subir a la barca. Ojalá ella estuviera aquí y me abrazase en sueños. Olvidar la realidad y vivir en esa pequeña fantasía.

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