1 feb 2018

Un sacrificio

La capital de fe en el plano material era siempre visible par mí, desde que soy capaz de acceder a este lugar. Es como un faro, una luz que siempre soy capaz de ver en la distancia. En los últimos tiempos era más débil, más difusa. Quizás fuera lo que marcaba el curso de la guerra.

Nunca pensé que acabaría marchando hacia allá, parecía que esa luz que siempre podía ver estaba marcada para ese momento. Y es que no estaba dispuesto a dejar que se marchitara en mis brazos.

Desde que soy lo que soy, tengo pocos recuerdos de lo que llamaba vida. Pero sí recuerdo el día en que la maldición cayó sobre mí. Me encontraba a solas, en las ruinas de algún lugar que debió ser importante para mí.

Y de entre las sombras, bajo los escombros, aparecieron. Sin forma, sin volumen, pero con una inquietante constancia. Me tomaron y me llevaron a un plano del que ya no podía escapar, obligándome a cambiar, como el que atraviesa una puerta sin que haya espacio para poder respirar en el proceso. Doloroso para el alma, inolvidable.

No quería ofrecerla para que lo experimentase. Necesitabamos huir, aunque fuera el último acto que realizasemos juntos. Ella, en su faro de fe, sabría perdonarla. Nunca sería mía encerrada en el dolor que a mí me había marcado. Aunque volviese a sangrar todo lo que era mi ser, ella volvería a vivir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario