13 ene 2014

Días de viaje II

Escondí los cuerpos lo más rápido posible, y después dejé que los consumiera el fuego. Aquello agotó las pocas fuerzas que me quedaban.
Caminaba para alejarme de aquello, y perdí la cuenta del tiempo que pasé escondido, pensando en lo que había pasado. Me refugié en la oscuridad para no ver en la luz el recuerdo de lo que había hecho.

Y para no ver las marcas que en mi cuerpo habían dejado. No solo las heridas. Marcas parecidas a runas, en mi torso y en mis brazos. Guardaban un gran calor, y cuando intentaba tocarlas con mis dedos, comenzaban a arder en mi piel. Creo que eso era lo que hacía mi debilidad, que se prolongó durante mucho tiempo. Hasta que por fin dejó de arder, dejó de doler, de herir.

Para entonces yo volvía a estar en camino, evitando los caminos, evitando a la gente. En el bosque y en la maleza el tiempo corre de manera distinta.
Y no conseguía recuperarme, dandome cuenta de mis ¿recuperadas? limitaciones. No eran grandes, pero se me hacía extraño. A la vez que me sentía constantemente perseguido.
Necesitaba escapar de una amenaza que nunca podía llegar a ver, que nunca identificaba. Por mucho que buscase, estando escondido, no podía ver a nadie. Pero seguía sintiendo ese miedo.

¿Venganza? ¿Sádica diversión? ¿Mi propia locura?
No descartaba ninguna opción mientras huía. En cualquiera de mis dos destinos, mi hogar y mi lugar entre sus brazos, quizás me estuvieran esperando, y no tenía un segundo que perder.


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